lunes, 30 de noviembre de 2009

Frío

Penetró el frío invernal por la rendija de la puerta y se alojó dentro de la cabeza, nos llenó antiguos recuerdos felices, de aire añejo, con olor a hojas secas. Quebró los cristales del aparador del salón, y se llevó con el cualquier ápice de tiempos mejores.


El frío rompió en dos nuestras vidas, dejándonos solo la amarga sensación de que algún día fuimos felices, y de que reímos y nos rompimos las costillas de abrazarnos.
Llegó hasta el cuarto principal y escarchó el rocío que quedaba del amanecer en el alféizar de la ventana. Empañó el espejo de armario y ya no se percibían las dos siluetas que unidas por la cintura en él se miraban, deseando que de esta manera siguieran pasando los años.
Congeló las sábanas que hace algunos años ardían bajo dos cuerpos de alfiler que se tomaban el uno al otro, que se bebían los segundos y que se resistían a poner cada mañana un pie en el mundo.

El frío esculpió la palabra adiós en nuestra boca con una tinta invisible pero aterradoramente real, que cambió todas las demás palabras que estaban a punto de salir de la garganta.
Cambio la promesa de “intentar”, por la disculpa de “no conseguirlo”, y el verbo “amar” por el complemento “a otra”.


Es verdad que la casa estaba mucho más silenciosa ahora, sin tí, pero el frío se instaló en el alma, que miren como es la vida, aunque estaba más vacía, me pesaba más.

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