miércoles, 15 de junio de 2011

5.33 am

Esa sensación de no querer moverte por miedo a que algo cambie en el espacio. De intentar no respirar demasiado fuerte para que no se vicie el aire. En cualquier momento podría dar un salto y salirme de la atmósfera, pero llega el miedo inconfesable a que el universo que se me abra ante los ojos me abrume.

Esperando, por otra parte la llegada de lo inevitable, el cambio en el cauce de nuestro presente cómodo, rutinario, de tímido acompañamiento de las soledades individuales de cada uno. Acompasándonos los pasos, haciendo una las respiraciones, eternas las confianzas, leves las caricias furtivas.

Y cuando el día en que uno de los dos diga: "Ya no puede ser así", comprenderlo, no reprocharlo y entender que seguramente todo pudo ser mucho mejor, que quizás tu eras la jodida mujer de su vida, y él el hombre con el que te pelearías por entrar antes al baño por las mañanas.

Sin embargo ahí está, mirándote, impasible, esperando a que tu le digas lo que los dos sabéis, son solo dos palabras, pero se atragantan y no eres capaz de decir más que "espero que seas muy feliz". Y se separan las manos, y se distancian los caminos, se enturbia la vista y notas la presión en el pecho de la pérdida.

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